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quarta-feira, 23 de abril de 2008

Rolando (o pai)

Rolando tiene unos 48 años, es alto, de porte atlético. Su pelo rubio está canoso, y lo lleva a la altura de los hombros. Tiene la piel curtida por el sol y unos ojos verdes pequeños, que desaparecen cuando sonríe.
Es hijo de inmigrantes alemanes, que llegaron a Paraná antes de la II GM. Aprendió el alemán antes del portugués, por eso tuvo dificultades para se adaptar a la escuela.

Cuando tenía 17 años se dejó tomar por su espíritu viajero- gitano, no soportó más el alcoholismo de su padre e huyó de casa. Anduvo buscando los más distintos trabajos y maneras de sobrevivir, hasta que llegó a São Paulo, por los años 1960. Conoció a Iracema en una reunión de la doctrina del Santo Daime, y tuvieron muy buen rollo. Iracema se quedó embarazada, pero Rolando resolvió dejar São Paulo en secreto. Nunca dejó de pensar en Iracema, al lado de quién descubrió un encanto por la naturaleza en su estado más salvaje, y con quien se inició en la espiritualidad.

Más que enamorado, él se sintió cómplice de Iracema. Nunca tuvo las ganas auténticas de cuidar de alguien, de constituir familia, pero al largo de su vida se sorprendió pensando en qué le había pasado a la chica del Daime, con quién compartió, aunque sin conocerla bien, secretos, miedos y deseos muy íntimos.

Después de pasar por muchos lugares en Amazonia, Rolando se instala en Serra Pelada, a principios de los 1980, a buscar oro y piedras preciosas. Ya no es el joven hambriento de alimento para el alma que fue un día, encontró su paz. Tuvo una vida muy intensa, de aventuras, de ganar y perder dinero, de dificultades, pero también de mucha soledad. Contrajo el Sida y está enfermo de muerte, por eso decide volver para morir al lado de las chicas del burdel que tanto frecuentó. Son los amores que le restan en su vida.

Sus raíces están en el vacío dentro de si mismo, que lo impulsiona hacia el mundo.

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